La alegoría de la caverna: ¿podemos conocer la realidad?
Muchos siglos después, el mito o alegoría de La Caverna, contada por Sócrates en el capítulo VII de la República, es una reflexión interesante sobre la forma en que percibimos la realidad y adquirimos el conocimiento.
En este articulo no voy a seguir el rumbo de los filósofos platónicos ni de sus críticos, sino simplemente hacer una reinterpretación sobre el conocimiento y la sabiduría, basado en el mito de la Caverna, que Platón puso en boca de su personaje de ficción, Sócrates.
¿Que tanto hemos avanzado en lo humano?
Más allá del enfoque platónico del supremo bien y de la idea de Dios, me gusta la alegoría como una forma de saber que hay ciertas áreas del conocimiento a la que tenemos alcance, como las matemáticas y las ciencias –aunque con sus limitaciones– y otras áreas que nos siguen siendo vedadas, especialmente en la esfera de las relaciones humanas y políticas, donde predomina la irracionalidad y la violencia, pues la sangre fluye por el mundo como champán, al decir de Dostoievski.
Mientras avanzamos en la ciencia y la tecnología, como la Genética, la IA, la Astronomía, etc., en la esfera de lo humano es notable que todo este conocimiento está subordinado a la guerra, y que la paz se percibe como un estadio transitorio para prepararse para más guerras, ahora a nivel del espacio y el ciberespacio.
Pero ¿qué tiene que ver la alegoría de La caverna, con los problemas de nuestros tiempos…?
La alegoría de La Caverna
En el diálogo de La República, Sócrates le pide a Glaucón –su compañero de charla– que imagine a unos hombres como unos prisioneros encadenados en una caverna subterránea, donde la luz penetra por una abertura hecha en la parte alta y detrás de ellos.
Esta luz es producida por un fuego, que no pueden percibir, porque las cadenas les impiden moverse y volver la cabeza. Entre el fuego y los cautivos y delante de la abertura hay un camino, y a lo largo de este camino un pequeño muro, sobre el que aparecen objetos conducidos por hombres, que pasan por detrás. La sombra de estos objetos se refleja sobre el muro de la caverna, que miran los cautivos.
Los prisioneros pensarán que estas sombras son realidades; y si se produce dentro de aquella prisión un eco, siempre que alguno de los transeúntes hable, ¿no creerán los cautivos que son las sombras mismas las que hablan? , pregunta Sócrates, y contesta:
Ésta es una figura del primer grado del conocimiento, del que se percibe mediante los sentidos.
Ahora, si se arranca de esta prisión subterránea a alguno de esos cautivos contra su voluntad, y se le lleva por fuerza por todo lo largo del sendero escarpado, hasta la luz del sol, ¿no se quejará? Ofuscado por la luz brillante del sol, ¿no se resistirá a creer en la realidad de los objetos que aquel ilumina, por no poder distinguirlos?
Es preciso, por lo tanto, darle tiempo para que se acostumbre por grados a esta luz, completamente nueva para él. Primero, discernirá sin dificultad las sombras; después, las imágenes de los hombres y de los objetos reflejadas sobre la superficie de las aguas; y, por último, los hombres y los objetos mismos.
Entonces podrá fijar sus miradas en el cielo, sobre todo durante la noche, a la dulce claridad de la luna y de las estrellas. En fin, podrá contemplar el sol, no sólo en sus representaciones, sino en sí mismo y en el verdadero punto que ocupa.
—Ésta es la imagen del segundo grado del conocimiento sensible, reflexiona Sócrates..
Sin embargo, ¿cuál será la situación de este hombre? Es evidente que se tendrá por dichoso, en razón de haber mudado de estancia, y que lamentará la suerte de los cautivos, que permanecen aún encadenados en la caverna.
Pero que si este hombre, se traslada nuevamente a la caverna y se propone sacar del error en que están a sus amigos, que creen toman las sombras por realidades; de seguro que no le comprenderán. Más aún; excitará la risa de los prisioneros, mientras no consiga hacerles comprender la realidad que él ha descubierto..
Tal es el destino del filósofo. Respecto a sí propio, elevará su alma hasta el más alto grado del conocimiento inteligible, para fijar así las miradas de su espíritu en ese foco, de donde irradia toda luz, y de donde nace toda realidad visible e inteligible.
La caverna o el antro subterráneo es este mundo visible; el fuego que le ilumina es la luz del sol; y el cautivo, que sube a la región superior y que la contempla, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible, dice Sócrates.
Conocimiento y realidad
Hasta aquí me gusta la alegoría, pues el discurso de La República es aterrador, tal como lo revelan las críticas de Karl R. Popper en su libro, La sociedad abierta y sus enemigos, en el cual afirma que el programa político de La República es totalitario y antihumano.
Pero no quiere decir que no podamos retomar la alegoría y reinterpretarla , en el sentido de que miles de años después seguimos viviendo en la esfera política y social como prisioneros encadenados en una caverna, pero en una caverna amenazada por armas atómicas, en la que no es posible elevarse a lo inteligible, pues la maldad del ser humano es inmanente a su naturaleza biológica y cultural.
Debemos proseguir hacia lo desconocido, lo incierto y lo inestable sirviéndonos de la razón de que podamos disponer, para procurarnos la seguridad y libertad a que aspiramos, dice Popeer, aunque al parecer de nada sirve la razón por qué la sangre corre por las calles como champán, como enfatizaba Fedor Dostoiewky en su novela, Memorias del subsuelo.
Nassim Taleb, en su ensayo El cisne negro, ha dicho que la platonicidad es lo que nos hace pensar que entendemos más de lo que en realidad entendemos.
Falacia narrativa de los filósofos
De ahí que la alegoría de Platón puesta en boca de Sócrates, si seguimos su objetivo original de su temática, deviene en una falacia narrativa, al creer que los filósofos pueden convertirse en maestros sabios sobre cómo debe ser la sociedad y dirigirnos, como pretendía Karl Marx, para quien la filosofía era la cabeza del proletariado, y el proletariado su corazón.
Si lo que buscas es una sabiduría que quede dentro de los límites de la razón y no algo que tenga que ver con el asombro, entonces vuelve a Platón y a su progenie, advertía Harold Bloom en su libro ¿Dónde se encuentra la sabiduría?
La alegoría de La cavernas solos nos confirma que la humanidad camina aún a tientas y que no encuentra la luz para dirigirnos al sendero del verdadero conocimiento y La Paz.
Nuestra caverna depende de al menos una de las siguientes cosas: el afán de lucro; la guerra en el mundo; o la guerra en el espacio, pues no tener guerra equivale a no tener efervescencia intelectual, como lo advierte, Neil deGrasse Tyson, en su obra, Ciencia y guerra.
Así, pues, la caverna primitiva de narrada por Sócrates vive ahora amenazada por las sombras de las armas atómicas y los hombres seguimos cegados por la ideologías y la irracionalidad.
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