La maldad humana, un fenómeno indeterminado
La maldad humana, es uno de esos fenómenos que pocas veces analizamos, y nos concentramos más en grandes teorías sociales, que ni siquiera le dan algo de importancia a la maldad.
Se puede creer en el mal sin presuponer que es algo sobrenatural / Terry Eagleton
Reflexiones sobre la maldad
El mal es ininteligible, es decir, no puede ser comprendido o entendido, según el teólogo británico, del que a continuación he extraído las ideas principales de su libro, Sobre el mal, publicado en 2010.
No hay contexto alguno que haga explicable la maldad.
Sigue siendo habitual que el mal sea algo a lo que no se le suponen pies ni cabeza.
El mal no guarda relación con nada que esté más allá de sí mismo, ni siquiera (por ejemplo) con una causa.
De hecho, la palabra ha pasado a significar, entre otras cosas, “sin causa”. El mal, se concibe como algo carente de causa o como algo que es su propia causa.
Las personas hacen maldades porque son malas. Algunas personas son malas del mismo modo que algunas cosas son de color añil, dice Terry Eagleton.
Hay personas cometen sus maldades no para alcanzar un objetivo, sino simple y únicamente por la clase de personas que son.
Quienes desean castigar a otros por su maldad necesitan entonces afirmar que son malos por su propia y libre voluntad.
Quizás hayan elegido deliberadamente el mal como fin, como el Ricardo III de Shakespeare cuando afirma desafiante «he resuelto a demostrarme como un villano», o el Satanás del El paraíso perdido de Milton cuando exclama «Mal, sé tú mi Bien», o el Goetz de Jean-Paul Sartre, en su obra El diablo y Dios, cuando se jacta de «hacer el Mal por el Mal mismo».”
Si el mal escapa realmente a toda explicación (es decir, si es un misterio insondable), ¿cómo vamos siquiera a saber lo suficiente sobre él como para condenar a quienes lo hacen…
En el núcleo del yo hay una nada que hace que sea lo que es. Los seres humanos son necesariamente inescrutables para sí mismos, es decir, no pueden ser comprendido.
Jamás se pueden aprehender de un modo total sus propia naturaleza, porque no tienen nada suficientemente estable ni determinado como para que podamos conocerlo con seguridad.
En ese sentido, nos resultan tan esquivos como el inconsciente freudiano.
Aquí encontramos, reunidos, algunos de los elementos principales del mal: su rareza, su terrible irrealidad, su naturaleza sorprendentemente superficial, su agresión al sentido común, la ausencia en él de una u otra dimensión vital, su manera de hallarse atrapado en la monotonía anestesiante de una reiteración eterna
“El mal es pura perversidad. Es una especie de perfidia cósmica,” finaliza diciendo Terry Eagleton.
Estos pasajes me recuerdan un pensamiento de Sigmund Freud, en El malestar en la cultura, que dice:
Entre las disposiciones instintivas del ser humano también cabe incluir una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no es solamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también una tentación a satisfacer en él su agresividad, a explotar su fuerza de trabajo sin retribuirla, a utilizarlo sexualmente sin su consentimiento, a apropiarse de sus bienes, a humillarlo, a infligirle dolores, a martirizarlo y a matarlo. Homo homini lupus.
Dicho esto, no olvidemos, como dice un crítico literario que Némesis, la diosa de la venganza , flota en el espacio vacío, a la espera de saltar sobre nosotros.
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